sábado, 30 de agosto de 2008

El amor


Si amas a una persona, el mayor castigo es estar alejado de ella

lunes, 25 de agosto de 2008

María Meijide



María Meijide es una pintora compostelana nacida en 1978. Inicia sus estudios universitarios en Pontevedra, no obstante, su inconformidad artística la llevaría por otros derroteros. Descontenta con la enseñanza del arte en Pontevedra, se traslada a Sevilla, donde se licencia en la especialidad de pintura por la universidad de Santa Isabel de Hungría, en el año 2003.

Su pasión por la pintura la lleva a Milán, donde realiza una exposición individual en la galería Sargadelos, durante la Navidad 2005-2006. Siempre viajando, no concibe salir de casa sin sus acuarelas a la espalda y sin su cuaderno en la mano, cuaderno que refleja los lugares más diferentes, desde cualquier lugar imaginable en el continente europeo hasta cualquier maravilla inimaginable en el continente sudámericano. Caracterizada por pintar una belleza menos típica, no siente tanta inclinación por los grandes monumentos artísticos como por los barrios de fávelas, ni tanta fascinación con los grandes personajes como por la gente a pie de calle.
Estas son algunas de sus obras:





Para más información:

http://www.myspace.com/mariameijide

o para los más curiosos:

mmeijides@yahoo.es

domingo, 24 de agosto de 2008

Marta


SAIL ON, SILVER GIRL
SAIL ON BY.
YOUR TIME HAS COME TO SHINE
ALL YOUR DREAMS ARE ON THEIR WAY
SEE HOW THEY SHINE...
IF YOU NEED A FRIEND,
I'M SAILING RIGHT BEHIND


All the best, princess, because you deserve it.

martes, 19 de agosto de 2008

La moda




Después de todo, ¿qué es la moda? Desde el punto de vista artístico una forma de fealdad tan intolerable que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses


OSCAR WILDE

lunes, 18 de agosto de 2008

De vez en cuando la vida...

Atolondrada

6.52 de la mañana. Suena un mensaje en mi móvil. Gruño. ¿Quién cojones me manda un mensaje a estas horas? El mensaje dice: ha sido un verano raro, pero guay, me encantó haberte conocido, este es mi email..., quedaremos para tomar un cafe. Intuyo un hombre como destinatario. Me acurruco contra Gonzalo, entre la vida y el sueño, entre mis sentimientos y los ajenos, forjando una tórrida historia de amor de verano entre dos españoles estudiando en el extranjero e imagino mi ínfimo papel en esa historia, le contestaría a la chica diciéndole que se ha equivocado de número y animándola a enviárselo de nuevo a su destinatario. La certeza de que el despertador va a sonar en 7 minutos y los ronquidos ocasionales de Gon me van despertando... no aparece un número en la pantalla, sino un nombre, Helena, y caigo en la chica tímida y silenciosa con la que he compartido dos semanas de clase y varias conversaciones. Me río de mi imaginación desbocada y agradezco a Helena su pequeño gran detalle y a aquel vídeo viejo y destartalado en el que se habían borrado los símbolos, al que intente dominar durante más de media hora, y rendida acudí al chico del la oficina del language center, agobiada y avergonzada por mi torpeza con la dichosa máquina, y encantada al observar un hombre alto y delgado, que lucía unas deportidas ajadas, un pantalón demasiado ancho, una barba desaliñada y media melena. Percibí una sonrisa encantadora y supe inmediatamente que ese hombre iba a jugar un papel esencial en mi vida. No me equivoqué

sábado, 16 de agosto de 2008

La educación de los militares


"La educación de los militares, desde el soldado raso hasta las más altas jerarquías, les convierte necesariamente en los enemigos de la sociedad civil y el pueblo. Incluso su uniforme, con todos esos adornos ridículos que distinguen los regimientos y los grados, todas esas tonterías infantiles que ocupan buena parte de su existencia y les haría parecer payasos si no estuvieran siempre amenazantes, todo ello les separa de la sociedad. Ese atavío y sus mil ceremonias pueriles, entre las que transcurre la vida sin más objetivo que entrenarse para la matanza y la destrucción, serían humillantes para hombres que no hubieran perdido el sentimiento de la dignidad humana. Morirían de vergüenza si no hubieran llegado, mediante una sistemática perversión de las ideas, a hacerlo fuente de vanidad. La obediencia pasiva es su mayor virtud. Sometidos a una disciplina despótica, acaban sintiendo horror de cualquiera que se mueva libremente. Quieren imponer a la fuerza la disciplina brutal, el orden estúpido del que ellos mismos son víctimas.


NO SE PUEDE AMAR EL SERVICIO MILITAR SIN DETESTAR AL PUEBLO"



BAKUNIN

domingo, 10 de agosto de 2008

'HOLA, MANOLO, MUCHO BARATO'





Hay un bonito ejercicio visual, interesante cuando estás de viaje y con poco que hacer. Sentado, por ejemplo, en la terraza del bar frente al museo nacional de Kioto, o bajo el reloj del ayuntamiento de Praga, o en el Pont des Arts, camino del Louvre. En cualquier lugar por donde transiten grupos de turistas dirigidos por un guía que levanta en alto, sufrido y profesional, una banderita, un pañuelo al extremo de un bastón, o un paraguas. El asunto consiste, observando aspecto y comportamiento de los individuos, en establecer de lejos su nacionalidad. Hay grupos con los que, aplicando estereotipos, no se falla nunca. Pensaba en eso hace unos días, en Roma, viendo a unos sacerdotes altos y guapos, en mangas de camisa negra de cuello clergyman, con suéteres elegantes de color beige colgados de los hombros y zapatos náuticos marrones. Atentos pero con aire un poco ausente, como si su reino no fuera de este mundo. La conclusión era obvia: curas de Boston para arriba, Nueva Inglaterra o por allí. Contrastaban con otro grupo próximo: rubicundos varones con aire jovial de campesinos endomingados, legítimas cloqueando aparte, de sus cosas, e hijas jovencitas siguiéndolos con desgana, vestidas con pantalones de caja muy baja y ombligos al aire, acribillados de piercings. No había necesidad de oírles hablar gabacho para situarlos en la Francia rural profunda. Creo que hasta exclamaban: «¡Por Toutatis!». Cuando se tiene el ojo adiestrado, un primer vistazo establece la nacionalidad de cada lote. Hasta de lejos, cuando podría confundírseles con adolescentes bajitos, a los japoneses se les reconoce porque siguen al guía –por lo general, chica joven y también japonesa– con una disciplina extraordinaria: nunca tiran nada al suelo ni se suenan los mocos, fotografían todos desde el mismo sitio y al mismo tiempo, e igual hacen cola hora y media bajo la lluvia para subirse a una góndola en Venecia que para beber sangría en un tablado flamenco de La Coruña. Todos llevan, además, bolsas de Louis Vuitton. Identificar a los ingleses es fácil: son los que no hablan otro idioma que el suyo y llevan una lata de cerveza en cada mano a las nueve de la mañana. En cuanto a los gringos de infantería, clase media y medio Oeste, se distinguen por sus andares garbosos, las apasionantes conversaciones a grito pelado sobre el precio del maíz en Arkansas, y en especial por esa patética manera que tienen ellos, y sobre todo ellas, cuando son de origen blanco y anglosajón, de hacerse los simpáticos condescendientes con camareros, vendedores y otras clases subalternas de los países visitados. Queriendo congraciarse con los indígenas como si los temieran y despreciaran al mismo tiempo: mucha risa y palmadita en la espalda, pero sin aflojar –que es lo que importa a los interesados– un puto céntimo. Si ve usted a una gilipollas rubia y sonriente haciéndose una foto en Estambul entre dos camareros con pinta de rufianes que le soban cada uno una teta, no tenga duda. Es norteamericana. A los alemanes también está chupado situarlos. Hay mucho rubio, las pavas son grandotas, todos caminan agrupados y en orden prusiano, se paran exactamente donde deben pararse, la mitad suelen ir mamados a partir de las seis de la tarde, y cuando viajan por Europa algunos padres explican a los niños pequeños, no sin tierna emoción filial: «Mirad, hijos míos, este pueblo lo quemó el abuelito en el año cuarenta y uno, este monumento restaurado lo demolió en el cuarenta y tres, este barrio lo limpió de judíos el tío Hans en el cuarenta y cinco». Pero los inconfundibles somos los españoles: hasta los negros nos ven llegar y saludan, antes de que abramos la boca: «Hola, Manolo, mucho barato». Somos los que, después de regatear media rupia a un vendedor callejero, dejamos propinas enormes en bares y restaurantes. Los que afirmamos impávidos que, frente a un Ribera del Duero, los vinos de Toscana o de Burdeos son el Don Simón en tetrabrik. Somos los que después de comprar en una tienda a base de «yes», «no» y «tu mach espensiv», salimos diciendo: «Aquí no saben ni inglés». Somos los que fotografiamos, interese o no, todo lugar donde haya un cartel prohibiendo hacer fotos. Para identificarnos no hay error posible: un guía hablando solo, y alrededor, dispersos y sin hacerle caso, los españoles comprando postales, sentados en un bar a la sombra, haciéndose fotos en otros sitios o echando una meadilla detrás de la pirámide. Y cuando, después de hablar quince minutos en vano, el pobre guía reúne como puede al grupo para seguir camino, siempre hay alguien que viene de comprar postales, mira el Taj Majal y pregunta: «¿Y esto qué es?».




PATENTE DE CORSO, POR ARTURO PÉREZ-REVERTE

lunes, 4 de agosto de 2008

Lola Flores


Ay pena penita pena,

pena de mi corazón,

que me corre por las venas, pena

con la fuerza de un ciclón

domingo, 3 de agosto de 2008

Recuerdos


Los recuerdos suelen

contarte mentiras.

Se amoldan al viento,

amañan la historia;

por aquí se encogen,

por allá se estiran,

se tiñen de gloria,

se bañan en lodo,

se endulzan, se amargan

a nuestro acomodo,

según nos convenga;

porque antes que nada

y a pesar de todo

hay que sobrevivir.


J.M.Serrat